En el corazón de la novela “El Planeta de los simios”, del francés Pierre Boulle, se esconde una paradoja brutal: cuanto más racionales e
inteligentes se vuelven los monos, también se vuelven mas crueles e
insensibles.
Me
acordé mucho de esa parábola irónica estos últimos días mundialistas. ¿Por qué?
Por las reflexiones gorilas de muchos “comunicadores” argentos que se
debatieron, inicialmente, entre quitarle toda trascendencia al mundial de fútbol
frente a los “grandes temas” y minimizar, luego, el desempeño de la selección
argentina en una primera etapa del torneo.
Y es que, en realidad, por debajo
de todos esos razonamientos subyace la máxima de Jorge Lanata: "Me da vergüenza la Argentina, me parece que somos un país de mierda"
Sin llegar a
esos extremos de sinceridad brutal, Martín
Caparrós resulta más sutil en su blog del diario “El País” de España: “Y así al final perdimos,
que es lo único que justifica las victorias. Lo mejor de Argentina en este campeonato fue el spray. Después
–tanto después– del dulce de leche y la birome y las huellas digitales, otro
invento argentino ha triunfado en el mundo: el aerosol para atajar barreras.
Las barreras, emblema de lo fijo, se movían; había que detenerlas, un yugo
imaginario. Malas lenguas dijeron que el invento no podía ser sino argentino:
parece que hiciera algo y ese algo –la raya blanca– desaparece en un momento.
Lo que estaba no estaba o estaba para no estar o estar tan breve”
Juro que
entiendo la incapacidad de estos ególatras para percibir los genuinos
sentimientos populares. Será por eso que casi no me molesta. Los conozco.
Lo que me jode es la crueldad, de todos
aquellos argentinos que preferían que la selección perdiese la final para que no
se hiciera un “aprovechamiento político del triunfo”.
Lo escuchaba
decir eso hoy mismo a Luis Majul en
su programa de radio La Red
conversando con el “intelectual” Alejandro
Katz. Ambos coincidían que era preferible que Argentina terminó segundo
para que no se generara una corriente exitista en el país. Katz estaba tan
seguro que se animaba a decirlo “aunque su hijo se enojaría”. ¡Cuánta valentía
de estos seres superiores!
Eso es lo lindo (y terrible) del planeta de
los simios: ¡los monos hablan!